viernes, 15 de agosto de 2014

¡ADIÓS, MI CAPITÁN!




Queridos amigos y lectores:
Decenas de seguidores de Robin Williams se subieron a un pupitre, a un escritorio,
o a una cama, y se fotografiaron para rendir tributo al actor estadounidense con el
hashtag #Oh,captain, my captain, frase que se hizo famosa gracias a la película
"La sociedad de los poetas muertos".           

Y yo, queridos amigos, les hago llegar mis reflexiones, colmadas de sinceridad y de cariño hacia este inolvidable capitán victorioso, del arte, de la vida, y de la dura batalla contra el dolor, en la que sucumbió luchando.

EL HOMBRE, EL ARTISTA, Y EL MÁRTIR
 

Oh Captain! My captain!:

Muy pocos, tal vez, podrán comprender la victoria que alcanzaste en esta gigantesca lucha que la vida nos declara a todos.
No lo podrán porque, desgraciadamente, nos han enseñado a percibir la muerte como un fracaso, y el suicidio como una cobardía y un delito.

Tomando los versos de la estrofa final del poema de Walt Whitman, que comienza con la mencionada exclamación, hoy yo te los  dedico, querido Capitán, en la paz de tu descanso final. Dice esa estrofa:


De un viaje temeroso, el barco triunfador,
entra con su objetivo realizado;

Exultamos, ¡oh costas y tañidos, oh campanas!
 
Pero yo, con triste pisada
Camino en cubierta donde está mi Capitán
caído, muerto y frío.

My Captain, los que hemos aprendido, atentos y admirados, las enormes y profundas lecciones de vida que nos diste, a través de todos los más variados personajes de tus películas, a los que les infundiste retazos de tu propia vida, estamos en condiciones de comprender y de admirar tu muerte, porque en cada uno de ellos hiciste vivir algo de ti, y por eso hoy tu figura se hace inmortal.

Hoy sabemos, a diferencia de los antiguos preceptores y moralistas, que el suicidio es una de las formas de morir, como desenlace de una enfermedad corporal que atrapa al ser humano. 
Lo sabemos, mi Capitán.

El suicidio no es una decisión libremente tomada, sino la consecuencia inevitable de un proceso biológico terminal que, como cualquier otro, conduce a la persona, ya arrastrada en tal proceso, a buscar obsesivamente el cese de sus funciones vitales, para procurarse  el descanso para el alma, rudamente e implacablemente torturada dentro de un cuerpo, claudicante ya por haber luchado y sufrido tanto. 


"Trastornos psíquicos graves, la angustia o el temor a la grave prueba del sufrimiento, o de la tortura, pueden disminuir la responsabilidad del suicida", dice incluso la Iglesia en su Catecismo.

A nadie le extraña, my Captain, una muerte causada por infarto, o por cáncer, pero sí la que sobreviene por suicidio, porque esta última deja la impresión de que la persona "colabora" con la muerte, decidiendo ir por ella, como si fuera una opción entre tantas.

Pero no es así:  es la muerte la que llega y "colabora" con la persona, apremiándola a realizar ese acto de descanso urgente, así como el agotamiento natural que nos agobia y la somnolencia consecuente que nos apremia, nos lleva, de manera inevitable también, a tendernos cómodos en el lecho tan esperado y deseado, aguardando a que el dulce sueño venga a desconectarnos, para que dejemos de pensar, de sentir, y de seguir activando.

Y el sueño lo atrapa al cuerpo, lo inmoviliza y lo relaja, hasta que  descansado ya, despierta renovado al día siguiente.

No es uno quien atrapa al sueño. Es el sueño quien lo atrapa a uno.

Uno de los poetas muertos, Publio Ovidio, escribió:
"¿Qué es el sueño, sino la imagen de la fría muerte?"
.

Nadie es culpable de dormir por agotamiento, ni de morir por  suicidio porque, tanto el sueño como el suicidio, respectivamente, son los que se apoderan de uno.

Es por eso que, con absoluta propiedad decimos "se entregó al sueño"; pero con idéntica propiedad podemos decir, "se entregó a la muerte", porque no es la persona la que va en busca de la muerte, sino que es la muerte la que viene en busca de la persona.

Y no se trata de una metáfora, sino de un hecho biológico real. 


"Se entregó al sueño", y "se entregó a la muerte", son frases equivalentes, que encierran el concepto de fenómenos no deliberados, ajenos al control del razonamiento.


Lo lamentable es que el sueño de la muerte ya no permite despertar para seguir con nuestra rutina, como ocurre con el diario sueño natural. 
Despertamos, sí, pero ya en otra dimensión, tan real como inexplicable.

No es este, obviamente, el espacio para ahondar sobre este alucinante asunto que ocupa tantas páginas en los libros científicos.

Pero es suficiente lo dicho hasta aquí, para entender que el suicidio no es un acto libre, sino la consecuencia, terminal e inevitable, de una enfermedad como cualquier otra, que acaba con la vida de la persona, sin que la persona la haya llamado.

Los psicólogos damos a esta enfermedad el nombre de depresión endógena o grave, es decir, no una depresión cualquiera, sino la que es causada por la peligrosa  falta de sustancias vitales dentro del torrente circulatorio, cuyos nombres no es necesario escribir aquí.

Con una metáfora, ahora sí, podemos entonces expresar esta enigmática forma de morir, diciendo:

"No es la persona la que llama a las puertas de la muerte para entrar en ella, sino que es la muerte la que llama a las puertas de la persona, para entrar en ella, y desencadenar en su organismo el proceso automático que la mueve en procura del cese definitivo de  la actividad del  cuerpo, carente ya de aquellas sustancias vitales que permiten desear vivir".

Ríos de tinta se han hecho correr sobre este acuciante tema, y todos
los autores coinciden en exponer las mismas verdades que acabo de escribir.

Pero yo lo hago ahora, a manera de un justo homenaje a tí, Robin Williams, denodado Capitán, que ya te has sumado al ejército estelar de los hombres inmortales.

Ya estás formando parte de la "Sociedad de los poetas muertos", que hiciste amar a tus alumnos, y a los míos, manifestándoles, confidencialmente, aquellas profundas lecciones colmadas de secretos para vivir en plenitud, "tomando las rosas mientras puedas, porque esa misma flor que hoy admiras, mañana estará muerta", e inculcándoles asiduamente el  

 "Carpe diem", consejo valioso que el  poeta latino Horacio expresó en sus Odas, que se traduce "Aprovecha el día, el momento, disfruta de la vida", posibilitando, de ese modo vivir acorde con la filosofía del otro recordado poeta muerto Henry David Thoreau: "mamar toda la savia de la vida, para desterrar lo que no sea vida, y para no al morir, descubrir, que no había vivido”.

"Carpe diem", repetías en aquella grandiosa película "Dead Poets Society"  en la que encarnaste, en el personaje del profesor Keating, tu propia filosofía de vida, tu propia sabiduría acerca del valor de la existencia humana, y de la trascendencia a la cual la muerte, lejos de bloquearla, le abre paso, porque los poetas muertos aún viven, y vivirán por siempre, a lo largo de toda la historia, porque renacen, cada uno de ellos, en un eterno acto creador, en cada uno de sus versos,"porque la inmensa obra continúa, y tú también puedes aportar un verso", como les enseñaste a tus juveniles discípulos plenos de hormonas y vitalidad.


¿Y cuál fue tu verso, Capitán?

Lo has escrito en tu vida, plasmada en tus películas, en una prodigiosa metamorfosis donde te transmutabas, de un personaje a otro, genial fenómeno necesario para expresar cada uno de los ribetes más hondos de tu inmensa personalidad.

Tú no encarnabas a los personajes: eran los personajes quienes se encarnaban en ti, porque en ninguno de ellos dejaste de poner algo de tu personalidad casi nagotable.

Así fuiste el profesor amigo que despertó el cariño y la admiración de sus alumnos, o el perfecto transformista que logró encantar a su propia esposa, de la cual ya se encontraba separado; como médico o sacerdote, vagabundo o científico; y como actor cómico o dramático, fuiste capaz de "Reir llorando", en expresión del poeta Juan de Dios Peza, pulsando siempre, en la inmensa lira de las más variadas emociones humanas, y de personalidades posibles, incluyendo las imaginarias de robots o de alienígenas, los inimaginables cánticos deslumbrantes que anidan en el alma humana de los seres vivientes, reales o posibles.

Fuiste capaz de re-crear al ser humano, y de plasmar las más extravagantes imaginaciones de los autores de libros y de libretos dramáticos o divertidos.

Difundiste la divina verdad de la eternidad del amor, en "Más allá de los sueños", y la terapia de la risa en “Patch Adams” (¿Quién es el 'verdadero' Patch Adams? | Gesundheit Institute).
Oh Captain: diste tanto de ti a tanta gente, incluyendo ayudas económicas, y el valor de tu presencia cuando te necesitaban a su lado, que nadie, absolutamente nadie podrá poner en duda, ni por un instante, la dicha sin fin de la que ahora ya disfrutas.

En un acto simbólico, yo también  hoy me subo sobre mi escritorio y, con absoluta paz y serenidad, te digo: 

¡Adiós, mi Capitán!

 


Dr. Francisco Oliveira y Silva.

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