Queridos amigos y lectores:
Me acaban de enviar un artículo extremadamente importante, referente a la personalidad del papa Francisco en medio de la turbulencia moral, política y financiera que está azotando al planeta.
La figura de este hombre extraordinario, fuera de serie como cura, como obispo y como pontífice de la Iglesia católica, es analizada por este agudo periodista que escribe en un periódico español.
Lo más significativo es que el periódico en el que apareció este comentario es izquierdista, lo cual nos confirma que este papa es universal: él se brinda, no solo a los católicos, sino también a creyentes de todas las religiones; y despierta admiración y simpatía, tanto en ateos y agnósticos, como en personas de las más variadas tendencias poilíticas.
Al final del artículo les ofrezco un enlace que les permitirá acceder a toda la información referente a este destacado comentarista.
Les envío este precioso documento como un regalo en este Primer Domingo de Adviento, con el cual comenzamos a preparar la venida de nuestro Salvador Jesús, cuyo Nacimiento lo viviremos en Navidad.
Cordiales saludos:
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EL PAPA FRANCISCO, según Juan Arias -Diario El País-
Jueves 11 de julio de 2013
La Iglesia ha
encontrado un líder. ¿Y el mundo político?
La Iglesia ha sido
más rápida que el mundo político.
Ambos estaban hasta
ayer en profunda crisis de identidad.
La Iglesia, hundida
en sus escándalos vaticanos y convertida en un “fósil”, en expresión dura del
teólogo brasileño Leonardo Boff, con sus iglesias vendidas para convertirlas
en salas de fiestas nocturnas y los confesionarios en muebles bar.
Y el mundo político,
perdido en una profunda crisis, no sólo económica sino también
de valores, huérfano de liderazgo, en plena revuelta civilizatoria sin saber
por donde tirar.
Ambas instituciones,
la religiosa y la laica, arrastrándose sin horizontes para sus jóvenes
generaciones, dando palos de ciego.
En ese panorama, la
Iglesia, con sus dos mil años de historia, sus santos y demonios, sus
inquisiciones y sus mártires de la caridad, ha conseguido
encontrar un líder mundial cuando empezaba a
resbalar por el barranco de la desesperanza.
Y lo ha hecho a
través de un puñado de cardenales, la mayoría ancianos y conservadores,
reunidos durante dos semanas en Roma, sin grandes alharacas y revestidos de
misterios y secreto, pero que se dieron cuenta
que de que el eje del mundo ha cambiado: ya no es Europa,
sino que se ha
trasladado a los países emergentes.
Y la Iglesia acabó
viéndolo y se fue a buscar el nuevo líder a las Américas.
“Me buscaron muy
lejos”, subrayó significativamente el papa Francisco al aparecer en el balcón
la tarde de su elección.
El papa Francisco,
que sigue llamándose padre y obispo, no papa, se ha convertido, en menos
de un mes de estar al mando de la nave Iglesia, en el personaje más importantes del
planeta, como un día lo fueron Gandhi o Luther King.
Con un puñado de
gestos simbólicos, ha dado rienda
suelta a una
auténtica revolución religiosa y política que empieza a
resonar más allá
de la misma Iglesia.
¿Y el mundo político
qué está esperando?
Hablaba de armas,
pero la Iglesia es un
ejército con otras armas en sus
manos, que empezaban a oxidársele.
Es una
institución, a pesar del peso de errores que arrastra, de las mejor
organizadas del mundo, que
cuenta con:
- 1.200 millones de
fieles,
- un ejército de más
de 1.000.000 de sacerdotes y religiosos,
- 114.736
instituciones asistenciales en el mundo;
- 5.246 hospitales;
- 74.000
dispensarios y leproserías;
- 15,208 residencias
de ancianos incurables;
- 1.046
universidades;
- 205.000 colegios;
- 70.000 asilos nido
con 7.000.000 de alumnos;
- 687.282 centros
sociales y
- 131 centros de
personas con sida en 41 países.
Una vez el líder
comunista italiano Enrico Berlinguer, que no era creyente pero
acompañaba los domingos a misa, a su mujer e hijos que sí lo eran, a los que
esperaba en la puerta de la Iglesia, solía decir:
“Si nosotros los comunistas
tuviésemos un millón de mujeres y hombres, como las monjas y religiosos
católicos, con voto de obediencia y dispuestos a cualquier sacrificio,
haríamos una verdadera revolución social”.
Y es esa revolución
social la que el nuevo papa Francisco ha empezado a llevar a cabo en la
Iglesia, y que el mundo político parece incapaz de hacerla, sumergido como está en sus
recetas de sacrificios y recortes a los más débiles, mientras se multiplica
como una cizaña maligna, la corrupción de políticos y banqueros.
Sí: al mundo de hoy
le falta un gran líder, capaz de devolver la esperanza y de abrir nuevos horizontes
a una sociedad desencantada y en ruinas.
La Iglesia parece
haberlo encontrado.
Y no es un líder
místico, encerrado en sus rezos, con una visión arcaica y autoritaria de la
fe, sino alguien que ha pedido a los soldados de ese ejército hoy bajo su
mando, que dejen de ser “coleccionadores
de antigüedades” y cultivadores de “teologías narcisistas” y se vayan a manchar
sus pies con el barro “de las periferias del mundo”, donde se
encuentran los más explotados por el poder.
El papa Francisco es un jesuita que posee
“racionalidad y fe”, como afirman quienes le conocen de cerca; que, además de
teología ha estudiado psicología y literatura; y que al mismo tiempo ha
escogido como símbolo papal un “corazón franciscano”, y que puede llegar a
ser más que un mero líder espiritual de una Iglesia.
Sus antecedentes
como arzobispo y cardenal de Buenos Aires, y sus primeros gestos de desapego a
las apariencias y símbolos del poder vaticano, para poner su énfasis en una Iglesia que debe
ser “pobre y para los pobres”, lo están ya convirtiendo también en una
referencia política y social del mundo.
Es justamente el
mundo el que está entendiendo que el papa Francisco, no es sólo un religioso que se
contentará con lavar los píes a los pobres y visitar favelas. De ahí la perplejidad y hasta miedo de
ciertos políticos.
Los poderosos han
empezado a entender que apostar
- por los
desheredados de la Tierra,
- por la escoria del
mundo,
- por los
desahuciados,
no sólo para
consolarlos, sino también
- para elevarles
social y culturalmente,
- para despertar en
ellos la fuerza de su
dignidad como personas,
- sus derechos y su
espíritu crítico,
equivale a una nueva revolución mundial, y que su mentor
puede acabar siendo más que un mero líder espiritual.
El papa Francisco le dice al rabino judío argentino Skorka, en su
libro Entre el cielo y la tierra que a él “le gusta la política”,
concebida como “la fuerza responsable del bienestar de la gente“.
Le cuenta que cuando
se encuentra con agnósticos y ateos “no les habla de Dios”, sino que les
pregunta si están dispuestos a empeñarse en la lucha contra las injusticias
perpetradas contra los más desamparados del sistema, ya que eso le basta.
“Sólo les hablo de Dios si ellos me hablan”, comenta.
A una madre que,
desesperada, se le quejaba, en Buenos Aires, de que su hijo joven había
abandonado la fe, el entonces cardenal Bergoglio, le preguntó:
- “¿Sigue su hijo
siendo una buena persona que se interesa por los demás?”
- La mujer le dijo
que sí.
- “Entonces quédese
tranquila. Su hijo sigue creyendo en lo que debe creer”, la consoló.
Un líder así, puede
crear esperanzas en unos, y temores en otros, ya que está pidiendo, a una
Iglesia anquilosada y en buena parte aburguesada, que salga de la retaguardia
para ir a combatir a la primera línea del frente.
Un papa así puede acabar convirtiéndose
en una referencia mundial de lo que el teólogo Boff llama “un liderazgo no
autoritario, de valores universales en el que lo importante no es ya la
institución Iglesia, sino la humanidad y la civilización que hoy pueden ser
destruidas”.
Así como un día
surgieron líderes capaces de sacudir al mundo, como Gandhi, Luther King, o
Mandela, entre otros, es posible que a esa lista de líderes contra la
violencia y contra las discriminaciones, haya que añadir
pronto al papa Francisco.
Eso, si le dejan
actuar en paz, sin blindarle en los palacios vaticanos, los cuales por ahora
ha descartado, impidiéndole acercarse y escuchar demasiado a la gente.
No será fácil, sin
embargo, blindar del todo a un papa que ha pedido a los sacerdotes del mundo
entero que no tengan miedo de “perder la propia vida”, si su empeño
social y religioso se lo exigiera.
Jesús fue
crucificado con poco más de 30 años.
Los primeros cristianos, apóstoles,
obispos y papas acabaron todos mártires de su fe y de su desobediencia al
poder que les pedía que se arrodillasen ante él.
El viernes santo
pasado, el papa Francisco se echó de bruces en el piso del templo, en
adoración, no a los poderes del mundo, sino en señal de fidelidad a aquel Jesús que nos advertía: “quién defiende la
propia vida la perderá”; y que los “que se
humillan serán ensalzados”. "Los cobardes, al
final, son ya vivos muertos", como decía Gandhi.
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