miércoles, 15 de julio de 2015

CUANDO EL CORAZÓN DESBORDA, HABLAN LAS LÁGRIMAS



Queridos amigos y lectores:
 
En estas inolvidables jornadas, del 10, 11 y 12 de julio de 2015, en las que Su Santidad Francisco nos regaló su presencia, iluminando de amor cada rincón de nuestra amada Patria, en vivo o por la televisión, hemos visto demasiados rostros derramando lágrimas.

Ninguna de las personas sabía responder a la pregunta de ¿por qué estás llorando?
Todas respondían: "No sé... estoy muy emocionada".


Los que hemos llorado, y no una sola vez, sino varias veces, viendo y escuchando al Papa Francisco, sabíamos que no estábamos llorando de dolor ni de alegría. 

Llorábamos porque nuestro corazón se encontraba henchido de emociones extremadamente fuertes, como el gozo y el consuelo verdaderos venidos de Dios.

Cada uno de los que hemos llorado, hombres, mujeres y hasta aquellas niñitas que corrieron y abrazaron con amor al Papa, si lo pensáramos ahora, pasado ya el huracán Francisco, meditando detenidamente acerca de la raíz de tantas  emociones, podremos, tal vez, descubrir su causa, la cual, obviamente, será diferente en cada persona.

Pero yo creo que existe, en el fondo de cada emoción, un común denominador que es el siguiente: verlo pasar, a pocos metros, al Vicario de Cristo en la Tierra, cuyos gestos, sonrisas, y palabras parecían salir de la boca misma de Jesús.

El Espíritu Santo estaba soplando fuerte en nuestra Patria vilipendiada, ultrajada y violada, sedienta de paz, de justicia de amor, y de ternura, que nuestras autoridades, corruptas por vocación, jamás han podido ni podrán brindarnos, tan siquiera en pequeñas dosis, en inmenso contraste con aquella Fuerza espiritual transmitida por el Papa, que nos las estaba dando a raudales.

¡Eso nos hacía llorar! Nuestros corazones, transidos de dolor por causa de tanta violencia, sangre e injusticias reinantes en nuestro suelo, recibían ahora el bálsamo divino de un hombre plenamente consagrado al servicio de Cristo, el cual, por boca de su Vicario nos decía: 


"No teman: yo estoy con ustedes. Y si las cosas les están yendo tan mal, como le sucedió a María en Belén, en Egipto, y al pie de la Cruz, aunque el Ángel le había dicho "el Señor está contigo", sigan practicando la solidaridad, como lo hizo Ella, porque ustedes los paraguayos tienen esa capacidad.
La mujer paraguaya, la más gloriosa de América, en medio del fragor de aquella guerra inicua, no se rindió jamás, sino que siguió teniendo al hijo, salvando así la Patria, la cultura y la Fe: ¡la Patria está primero, después el propio negocio!".

 

De ahí las lágrimas, al escuchar tan sublimes verdades, en este ambiente derrotado y lleno de mentiras, y percibir el bálsamo de aquellas palabras portadoras de "la alegría y de la paz", brindándonos apoyo y consuelo en medio del dolor, la injusticia, y el despojo del que somos víctimas, pero, a la vez, evocadoras del heroísmo, el amor y la ternura de nuestra gloriosa estirpe, capaz de brindarse solidariamente, aún en medio del más espantoso sufrimiento como el que estamos padeciendo ahora todos como Pueblo maltratado.

¿Y quién es el paraguayo que no esté sufriendo en estos tiempos que corren, donde somos expoliados por nuestras autoridades de turno, mirando el horizonte de la Patria cada vez más negro y denso?

Un taxista me dijo: "Al verle al Papa me puse a llorar en mi auto como una criatura. Me parecía que lo estaba viendo a Dios en persona". 

Y esa pareciera ser la verdad más valedera: que todos estábamos sintiendo la proximidad de la Fortaleza y la Ternura de Dios, en medio de este ambiente de violencia y de abandono.
Desbordantes nuestos corazones de gozo y esperanza, enmudecieron los labios, dejando libre y sin ninguna vergüenza, el elocuente lenguaje de las lágrimas.

 
Cordiales saludos: 

Dr. Francisco Oliveira y Silva

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