lunes, 4 de septiembre de 2023

ES EXTRAORDINARIAMENTE BUENO VISITAR TUMBAS Y CEMENTERIOIS

 



 




LA VISITA A LOS CEMENTERIOS


Queridos amigos y lectores:


cementerio Todos los Santos


¿Sirve de algo visitar tumbas y cementerios?


El culto a los muertos es tan antiguo como la humanidad. Cada cultura lo celebra a su manera echando manos de tradiciones ancestrales, más o menos pintorescas, curiosas y sorprendentes, que han ido transmitiéndose de generación en generación.

Este solo tema requeriría centenares de páginas para reunirlas en un libro que nos permitirá sorprendernos con las más exóticas creencias al respecto de lo que ocurre con los que han muerto.


Pero subyace en todas ellas un pensamiento importante, como común denominador: todas esas tradiciones reflejan la creencia universal de que existe otra vida después de esta.


Podemos decir que casi el 100% de la humanidad cree en otra vida después de esta.


El origen del Día de los Difuntos en Occidente se encuentra en el año 998. Dicha celebración fue instituida por el monje benedictino San Odilón de Francia.

Esta celebración que tiene lugar el 2 de noviembre fue adoptada por Roma en el siglo XVI y, a partir de entonces, comenzó a rememorarse entre los católicos de todo el mundo. De ahí tanbién el origen de los ritos y ceremonias para rendir el culto cristiano a los muertos.


Cuando yo pasaba cerca de algún cementerio, o cuando entraba en él para visitar algún nicho o panteón de algún familiar, siempre me hacía una misma pregunta: ¿si tenía algún sentido visitarlos, poner flores en las tumbas, quedarse en ese lugar un rato, rezar, pensar en la muerte, o en el amor y en la ausencia de la persona amada cuyos despojos se encontraban enterrados allí, y retirarme enseguida, sin haber logrado nada significativo. Nada.


-- "¿Para qué?", me seguía preguntando. 

-- ¿Tiene algún sentido estar en ese sitio donde todo lo que se encuentra son tumbas, panteones más o menos lujosos, féretros y, sobre todo, cadáveres, sí, cadáveres, es decir sustancias materiales, en mayor o menor grado de descomposición: algunos recientes, y otros convertidos ya en polvo incluso.


¿Qué aportaba a todo ese escenario la presencia de una persona viva, mi presencia, que estaba visitando esos lugares? ¿Sirve de algo el que yo esté allí presente? Y, si sirviera de algo, ¿cuál sería dicha utilidad?

Sentía, más bien, que mi presencia allí no solo era innecesaria y estéril, sino también absurda y carente de todo sentido.

 

En una apalabra: la actividad de visitar las necrópolis, según pensaba yo entonces, debería desaparecer, por vacua e insignificante. 

Transcurrí así mi vida entera, con esa misma interrogante a cuestas, sin encontrar jamás atisbo de repuesta alguna.

No imaginaba, ni de lejos, lo que iba a ocurrirme 70 años después. Lo revelaré más adelante.

 

La muerte, antiguamente, era presentada como la peor tragedia de un ser humano.


Vivir era la regla, lo normal. Morir era la excepción. 

Otros morían, tenían graves accidentes, sufrían un ataque cardiaco... Nosotros, llenos de vida, no nos encontrábamos expuestos a tales circunstancias patéticas y tenebrosas. Desarrollábamos, inconscientemente, lo que yo denomino "Instinto de pervivencia", es decir, "vivir como si nunca tuviéramos que morir": ya nos encontrábamos instalados en la vida, como los ríos, las montañas, los bosques y lo mares. Todos esos elementos geográficos eran perpetuos. Y nosotros nos sentíamos como uno 

más de dichos elementos. Vivir siempre, y gozar de la vida.

 

En los templos, sin embargo, nos recordaban que somos polvo: ¿Para qué?


Para complicar esta situación existencial, muy desagradable, por cierto, se presentaban otros escenarios, litúrgicos en este caso, es decir, ceremonias y ritos religiosos de naturaleza fúnebre, que lo único que lograban era infundir miedo, y terror incluso, a lo que sucede cuando llega la muerte.

Era una escena terrible, escalofriante, y hasta radicalmente opuesta, no digo ya a la bondad y ternura divinas, sino a la psicología humana misma.


La ceremonia anual de la imposición de las cenizas, por ejemplo, en el así llamado Miércoles de Cenizas, me pareció siempre, además de sumamente pesimista, innecesaria. En efecto: el versículo que dice: "recuerda hombre que eres polvo y en polvo te convertirás"lejos de contribuir a levantar el ánimo y conferir vigor ante la siempre segura y universal presencia de la muerte, no hacía otra cosas más que reafirmar la convicción de que todo lo que quedaba de nuestros restos mortales, no era otra cosas más que polvo, es decir, materia vil, absolutamente inservible y perecedera. Y nada más. Tristísimo.

 

Los "Ejercicios de la Buena Muerte", y el "Dies irae" (Día de la ira)


Ciertas prácticas religiosas de patentes características fúnebres y patéticas, y la celebración de la Misa de Difuntos, nos llenaban de espanto.

Tal parece que aquella era la pedagogía de entonces: aterrorizarnos ante la muerte, para evitar cometer pecados y caer en el Infierno. No se dudaba, ni por un segundo, de la existencia de tan descomunal castigo, como era el de vivir eternamente inmersos en un lago de fuego donde sus inflamadas olas de un calor de millones de grados nos quemarían segundo a segundo, causándonos dolores indescriptibles, ¡por los siglos de los siglos!


Para evitar ese infinito castigo hacíamos el así llamado "Ejercicio de la Buena Muerte", que consistía en la lectura de reflexiones tomadas de un devocionario muy antiguo donde se describían los signos que se presentan momentos antes de morir. Y los relataban, como si se tratase de un libro de medicina, y no de una serena reflexión espiritual y piadosa acerca del ingreso de la persona a la gloria eterna.


Copio algunos pasajes solamente:

"Te encomiendo, Señor, mi última hora, y lo que después de ella me espera.

Cuando mis pies ya inmóviles me adviertan que mi carrera en este mundo está ya próxima a su fin: 

Jesús misericordioso, tened piedad de mi.


Cuando mis ojos llenos de tinieblas y desencajados ante el horror de la cercana muerte, fijen en vos sus miradas lánguidas y moribundas,

Jesús misericordioso, tened piedad de mi.


Cuando mis mejillas pálidas y amoratadas inspiren lástima y terror a los que me rodean, y mis cabellos húmedos con el sudor de la muerte, erizándose en la cabeza, anuncien mi próximo fin, 

Jesús misericordioso, tened piedad de mí."


Y siguen así las descripciones clínicas de la cercana muerte citando otros aterradores signos, en total más de diez, y termina así:


"Cuando mi alma salga por los labios entreabiertos despidiéndose para siempre de este mundo, y deje este cuerpo pálido, frío y sin vida, aceptad la destrucción de mi ser como un homenaje que yo ofrezco a vuestra Divina Majestad, y entonces,

Jesús misericordioso, tened piedad de mi."


¿De terror, no?

 

El "Dies irae, dies illa": "Día de la ira, el día aquél".


Es un famoso himno latino del siglo XIII, perteneciente al rito romano.

Lo cantábamos con música gregoriana, fúnebre y patética por cierto, para adecuarse a lo tremendo que se expresa en su letra.

Copio aquí, íntegramente tan tenebroso texto. 

Cantándolo, peor aún si lo hacíamos mirando el cadáver en las misas "de cuerpo presente", nos hacía sentir ganas de huir despavoridos ante el solo pensamiento de que también nosotros, "por excepción", alguna vez íbamos a tener que ocupar también un ataúd. 

Esta es la letra:

 

Texto original en latín

Dies iræ, dies illa,

Solvet sæclum in favilla,

Teste David cum Sibylla!

Quantus tremor est futurus,

quando iudex est venturus,

cuncta stricte discussurus!

Tuba mirum spargens sonum

per sepulcra regionum,

coget omnes ante thronum.

Mors stupebit et Natura,

cum resurget creatura,

iudicanti responsura.

Liber scriptus proferetur,

in quo totum continetur,

unde Mundus iudicetur.

Iudex ergo cum sedebit,

quidquid latet apparebit,

nil inultum remanebit.

Quid sum miser tunc dicturus?

Quem patronum rogaturus,

cum vix iustus sit securus?

Rex tremendæ maiestatis,

qui salvandos salvas gratis,

salva me, fons pietatis.

Recordare, Iesu pie,

quod sum causa tuæ viæ;

ne me perdas illa die.

Quærens me, sedisti lassus,

redemisti crucem passus,

tantus labor non sit cassus.

Iuste Iudex ultionis,

donum fac remissionis

ante diem rationis.

Ingemisco, tamquam reus,

culpa rubet vultus meus,

supplicanti parce Deus.

Qui Mariam absolvisti,

et latronem exaudisti,

mihi quoque spem dedisti.

Preces meæ non sunt dignæ,

sed tu bonus fac benigne,

ne perenni cremer igne.

Inter oves locum præsta,

et ab hædis me sequestra,

statuens in parte dextra.

Confutatis maledictis,

flammis acribus addictis,

voca me cum benedictis.

Oro supplex et acclinis,

cor contritum quasi cinis,

gere curam mei finis.

Lacrimosa dies illa,

qua resurget ex favilla

iudicandus homo reus.

Huic ergo parce, Deus.

Pie Iesu Domine,

dona eis requiem.

Amen.

Traducción

¡Será un día de ira, aquel día

en que el mundo se reduzca a cenizas!

como predijeron David y la Sibila.

¡Cuánto terror habrá en el futuro

cuando el juez haya de venir

para hacer estrictas cuentas!

La trompeta resonará terrible

por todo el reino de los muertos,

para reunir a todos ante el trono.

La muerte y la Naturaleza se asombrarán,

cuando todo lo creado resucite

para responder ante su juez.

Se abrirá el libro escrito

que todo lo contiene

y por el que el mundo será juzgado.

Entonces, el juez tomará asiento,

todo lo oculto se mostrará

y nada quedará impune.

¿Qué alegaré entonces, pobre de mí?

¿De qué protector invocaré ayuda,

si ni siquiera el justo se sentirá seguro?

Rey de tremenda majestad

tú que salvas solo por tu gracia,

sálvame, fuente de piedad.

Acuérdate, piadoso Jesús

de que soy la causa de tu calvario;

no me pierdas ese día.

Por buscarme, te sentaste agotado;

por redimirme, sufriste en la cruz,

¡que tanto esfuerzo no sea en vano!

Justo juez de los castigos,

concédeme el regalo del perdón

antes del día del juicio.

Sollozo, porque soy culpable;

la culpa sonroja mi rostro;

perdona, oh Dios, a este suplicante.

Tú, que absolviste a Magdalena

y escuchaste la súplica del ladrón,

dame a mí también esperanza.

Mis plegarias no son dignas,

pero tú, que actúas con bondad,

no permitas que arda en el fuego eterno.

Colócame entre tu rebaño

y sepárame de los impíos

situándome a tu derecha.

Confundidos los malditos,

arrojados a las llamas acerbas,

llámame entre los benditos.

Te ruego compungido y de rodillas,

con el corazón contrito, casi en cenizas,

que cuides de mí en el final.

Será de lagrimas aquel día,

en que del polvo resurja

el hombre culpable, para ser juzgado.

Perdónalo, entonces, oh Dios,

Señor de piedad, Jesús,

y concédele el descanso.

Amén.

 

Después de haber hecho estas plegarias y reflexiones espirituales, eran más intensos el terror y el pánico que surgían en nuestras almas de niños y adolescentes, y no la serena actitud espiritual conducente a una tranquila disposición para recibir la muerte como una amiga que, por fin, dará sentido a la vida.

 

Cuando menos lo esperaba encontré el diamante de esta  verdad: ¡los cuerpos se levantarán de la tumba!


Leí mucho acerca del proceso de descomposición de los cadáveres. Imaginaba el de mis seres queridos en dicho proceso, o en el estado terminal de descomposición... ¡Y me pareció que, si todo terminaba así en nuestra vida, eso sería, no solo demasiado doloroso, sino también un absurdo inadmisible en la infinita misericordia de Dios!

Me di cuenta, con absoluta claridad, de que ese cuerpo no podría terminar en la nada, como si se tratara de las cenizas de una rama seca o de un trozo de papel diario.

Ninguna lógica podría explicar que esos cuerpos, nuestros y los de nuestros seres queridos vitalizados por el bíblico "soplo de Dios en las narices del humanoi", que transitamos llevando con paciencia el peso de su propia cruz en la dolorosísima peregrinación por este "Valle de lágrimas", cumpliendo los divinos preceptos, y honrando las promesas bautismales que dieron albergue, en nuestros cuerpos, a la Santísima Trinidad, transformados así en su Templo viviente, pudiera acabar tan dolorosa vida espiritual convirtiéndose en un insignificante montón de cenizas.

Ese "soplo" (πνεῦμα en griego) es una palabra que inicialmente significa "respiración", y que en contextos religiosos pasa a significar "espíritu".

Y ese "soplodel Espíritu divino "en las narices del humano creado a su imagen y semejanza" ¿no habría invadido, acaso, y para siempre, cada uno de los átomos de ese cuerpo, para permaneciera allí eternamente, como eterno es Dios?

Y brilló en mi mente y en mi corazón, con el fulgor de un relámpago inmenso, esta sacrosanta verdad: Dios no permitirá que se pierda un solo átomo de los que inundó con su vida eterna al infundirnos el soplo eterno de su Espíritu infinito. Ya no tendrá importancia si el cuerpo pereció en un naufragio, en un incendio, o si fue cremado. 

Los átomos carnales, embebidos ya con el Espíritu divino, cobran una singular característica: son indestructibles, como indestructible es el espíritu de Dios.

Ese poder creador de Dios que "del polvo" hizo un ser humano, hará que ¡De ese mismo polvo renazca otra vez la misma persona! 

Tendrá lugar, entonces, un proceso inverso, que es el de convertirse, de cuerpo humano en polvo, para volver a transformarse en cuerpos humanos a partir del mismo polvo.
Entonces sí encontramos un alto sentido espiritual a la frase: "eres polvo y en polvo te convertirás, para volver a nacer de ese mismo elemento".

De ese modo ocurrirá que  nuestros cuerpos, que hoy llevamos, y cuidamos, no solo médicamente, con estudios y cirujías, sino también con procedimientos estéticos, o de maquillajes, volverán a la vida para la que han sido creados. Por eso DEBEMOS CUIDAR RESPONSABLE Y PERMANENTEMENTE ESTE NUESTRO CUERPO.

En efecto: habiendo Cristo vencido a la muerte, ya no será  posible que esas células que fueron su Templo perezcan irremediablemente como cualquier otra materia, y que terminen en la nada esas venas por las que circulaba la ardiente sangre de nuestro amor a Dios, y acabaran en la nada nuestros nervios y tendones, nuestras médulas y neuronas que vivieron amorosamente unidos al Amor del Creador. 


Volverán al polvo, ciertamente, pero no a un polvo cualquiera, sino al polvo del cual procedieron, inundado e invadido por la potencia del Amor Creador, es decir, de un "polvo enamorado", como lo bellamente lo expresó un poeta.

En el Génesis se describe la creación del hombre en estos términos: "Formó Yavé Dios al hombre del polvo del suelo, insufló en sus narices aliento de vida, y resultó el hombre un ser viviente".


Dice que "tomó polvo del suelo", pero no dice de qué suelo lo tomó,  ni qué clase de polvo era aquél, capaz de poder devenir en neuronas, venas, arterias, médulas y huesos, todo armonizado y funcionando bajo el imperio de leyes biológicas perfectas que pautan la nutrición, el crecimiento, las facultades mentales, y la procreación: ¡todo del polvo!


Es, entonces, solo aparente la descomposición, la putrefacción, poeque todo es solo un proceso perfectamente calculado. 

Es un proceso inverso al de su Creación: Volver al polvo para renacer del polvo original. 

 

Dios es infinitamente inteligente: Él cuida que ningún átomo que compone y compuso nuestro cuerpo se pioerda, aunque hayamos vuelto al polvo por la descomposición progresiva, o a las cenizas por causa de algún incendio, o por una cremación, o por haber sido devorados por alguna fiera. No se perderá ni tan siquiera un átomo de este cuerpo carnal insuflado por el Espíritu divino en todos sus átomos.

DE ESTO HABLO EN LAS ESTROFAS EN ROJO DEL POEMA QUE COMPUSE PARA MI HIJA ANTE EL PAISAJE DE SU INGRESO EN LA INMORTALIDAD, Y QUE TITULÉ: 

"TÚ NO HAS MUERTO, HIJA MÍA"

 

Ese maravilloso prodigio divino hará posible que podamos volver a compartir con nuestros seres queridos, como lo hemos hecho en esta vida, volviendo a encontrarlos, exactamente con los mismos cuerpos que tuvieron en la tierra, con las mismas características que tuvieron en la vida terrena, como lunares, color de ojos, de cabellos, hasta en sus más pequeños detalles, sin defecto ni sufrimiento alguno, obviamente, haciendo que, de esa forma, se conserven intactas la identidad y las relaciones que muchos creyeron que las iba a arrebatar la muerte.

ATENCIÓN: El Papa Francisco, el Día de la Ascensión de Jesús al Cielo, dijo en su homilía cosas sorprendentes, como esta: "Jesús subió al Cielo con su cuerpo, y está llá en carne y hueso, y le muestra al Padre sus llagas". De esto publicaré un profundo comentario en otro artículo. 
Lo menciono aquí porque da el aval del Magisterio pontificio, de que este cuerpo y estos huesos nuestros, y nuestras características corporales, los volveremos a tener en el Cielo.

Volveremos a encontrarnos, abrazarnos y besarnos nuevamente, no solo ya como cuerpos resucitados y eternos, sino también como cuerpos carnales, tales como los hemos tenido y cuidado en esta vida terrenal.

Por eso es bueno que cuidemos nuestros cuerpos en esta vida, prodigándoles todas las atenciones sanitarias y alimenticias, porque no son un simple cascarón que sirve para alojar temporalmente al alma, sino que forman parte de la unidad personal cuerpo-alma que fue lo que Dios creó al crear al ser humano: la persona humana es cuerpo y alma, y no puede ser otra cosa sino eso.

Y por eso tiene sentido que limpiemos y cuidemos las lápidas de nuestros amados difuntos, y que homenajeemos con flores sus tumbas, porque allí no se encuentran restos de un material cualquiera, sino que se encuentra el mismo Dios latiendo en los átomos que El llenó de su divinidad. 


A Dios nada se le escapa, menos aún los preciosos átomos que formaron parte de una obra suya.

El cuerpo fallecido está en el ataúd, pero sigue

 viviendo en la 

voluntad, inteligencia y el amor divinos, porque

 esos restos

 mortales volverán a formar parte de nuestra

 resurrección.


San Francisco Javier dice estas palabras minutos antes de morir:

"Que bajo esta colina que ha de cubrir mis huesos,
hasta mis huesos sean un volcán de tu amor."


Debajo de las lápidas se encuentra Dios mismo en el divino polvo de la persona amada que aguarda allí el momento para levantarse, como persona humana nuevamente
VUELVO A RECORDAR QUE DE ESTO HABLO EN MI POEMA A

 NUESTRA HIJA QUE ESTÁ YA EN LA DIMENSIÓN ETERNA.


Por eso tratamos con respeto y amor, adornando con flores esos sitios. porque alojan divina vida latente.

Una fotógrafa mexicana vio las cenizas de su padre en un microscopio y descubrió, asombrada que esas cenizas se parecían a ¡una galaxia! No son cenizas cualquiera. Están armónicamente organizadas, porque están dotadas de vida eterna.


La demostración más perfecta de que los cuerpos carnales están dotados de capacidad de volver a vivir:

*Jesús mismo , al resucitar, caminaba con su cuerpo,

 conversaba, comía, y así ascendió a los cielos, con

 ese cuerpo.


* Su Madre, igualmente: Fue llevada al cielo con 

ese mismo cuerpo con el que anduvo por la tierra.


Pero existieron también otras resurrecciones de cuerpo carnal fallecido. 

El más famoso es el de Lázaro, cuyo estado de descomposición ya era avanzado, pero salió del sepulcro y siguió viviendo con ese mismo cuerpor. 

Luego está el de la hija de Jairo, y el del hijo de la viuda de Naim, además de los cuerpos que se levantaron de sus tumbas en el momento en que murió Jesús.

Daré las citas de estos hechos portentosos que demuestran que no estamos destinados a convertirnos en cenizas, sino a volver al polvo del cual fuimos formados, para volver a formarnos en el momento en el que Dios lo decida.

El primero es la resurrección de la hija de Jairo. Lo relata Marcos (Mc 5,21)

El segundo milagro se refiere a la resurrección del hijo de la viuda de 

Naim. Y nos lo cuenta Lucas en (Lc 7, 11-17). 

Y el tercer milagro es el de la resurrección de Lázaro. (Juan 11, 38)

El más maravilloso es este:


Mateo 27: 51-53 nos dice que, con ocasión de la

 muerte de Jesús: 

“Y he aquí, el velo del templo se rasgó en dos, de

 arriba abajo; y la tierra tembló, y las rocas se

 partieron; y se abrieron los sepulcros, y muchos

 cuerpos de santos que habían dormido, se

 levantaron; y saliendo de los sepulcros, después de

 la resurrección de él, vinieron a la santa ciudad, y

 aparecieron a muchos.” 

Es decir que nuestro cuerpo carnal no está destinado a la putrefacción y reducción a tierra, sino que tiene condiciones puestas por Dios para poder vivir tal como era en esta vida, y pasando por todas las etapas del ciclo vital, acorde con el deseo de la persona resucitada. 

No es un simple cascarón donde se aloja el alma: es el resultado de la fusión del alma con la materia corporal.


Nuestros cuerpos "son hostias vivas", dice san Pablo. Cada átomo está divinizado, y eso no puede descomponerse jamás. 

Sigue un proceso, ciertamente, pero conserva su potencia espiritual dada por el alma. Por eso se lo guarda, se lo visita, tiene su día, y se rinde culto al cuerpo de los fieles difuntos.
Es que el cuerpo nuevo y el cuerpo que hemos llevado toda la vida, forman parte de nuestra IDENTIDAD COMPLETA.


Por eso veneramos los sepulcros, los cuidamos, les adornamos con flores, porque estamos rindiendo un homenaje a quien se encuentra dentro de ellos: en ellos está, vivo y presente, 

"¡¡UN FRAGMENTO DE DIOS HECHO HUMANO!!"

 

Podrán pasar siglos, pero los átomos seguirán llenos de vida divina, que es eterna, y conservará la capacidad de levantarse, tal como era aquí, en el momento oportuno.

Por eso estoy seguro de que lo cuerpos sepultados, podrán volver a vivir e interactuar con la espontanea familiaridad de nuestro día a día.

 

DIOS HARÁ QUE NADA SE PIERDA DE NOSOTROS, DE NUESTRAS RELACIONES, Y DE NUESTRA HISTORIA DE VIDA.

ESA SERÁ UNA DE LAS DICHOSAS MARAVILLAS QUE NOS ESPERAN AL CUMPLIR ESTA BREVE ESTADÍA EN EL PLANETA.

Dios no dejará de lado NADA QUE NOS HAGA PLENA Y ETERNAMENTE FELICES EN LA PATRIA CELESTIAL.

 

Siempre tendremos esos dos cuerpos. 

Y ambos tendrán propiedades similares,

 especialmente en loreferente a la apariencia física,

 y a la edad juvenil o infantil.


Dios nos dará todo aquello que nos permita ser

 felices. Siendo infinito su poder, no dudamos de que

 todo lo que deseemos encontrar y vivir en la vida

 eterna, lo tendremos sin otro requisito más que el de

 desearlo.


Cordiales saludos:
Dr. Francisco Oliveira y Silva

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