Queridos amigos:
Con motivo de la Semana Santa, les envío este hermoso poema de José María Gabriel y Galán, poeta español.
Está inspirado en el lienzo que pintó el célebre pintor Diego Velázquez, el cual logró imprimir en su obra la majestuosa paz del Dios muerto en la Cruz, de tal manera que el poeta no pudo contenerse de expresar todo lo que le inspiraba esa maravillosa pintura.
La lectura del poema puede servirnos para reflexionar en la profundidad de este Misterio Divino que celebra la cristiandad en esta Semana Mayor: Un Dios que por amor al ser humano, se entrega al martirio de la Cruz para liberarnos de nuestras miserias y abrirnos las puertas a la posibilidad de encarnarlo en nuestras vidas.
Un abrazo:
Dr. Francisco Oliveira y Silva.
EL CRISTO DE VELÁZQUEZ
¡Lo amaba, lo amaba!
¡No fue sólo milagro del genio!
Lo intuyó cuando estaba dormido,
porque sólo en las sombras del sueño
se nos dan las sublimes visiones,
se nos dan los divinos conceptos,
la luz de lo grande,
la miel de lo bello...
¡Lo amaba, lo amaba!
¡Nacióle en el pecho!
No se puede soñar sin amores,
no se puede crear sin su fuego,
no se puede sentir sin sus dardos,
no se puede vibrar sin sus ecos,
volar sin sus alas,
vivir sin su aliento...
El sublime vidente dormía
del amor y del arte los sueños
-¡los sueños divinos
que duermen los genios!
¡Los que ven llamaradas de gloria
por hermosos resquicios de cielo!
Y el amor, el imán de las almas
le acercó la visión del Cordero,
la visión del dulcísimo Mártir
clavado en el leño,
con su frente de Dios dolorida,
con sus ojos de Dios entreabiertos,
con sus labios de Dios amargados,
con su boca de Dios sin aliento....
¡muerto por los hombres!,
¡por amarlos muerto!
Y el artista lo vio como era,
los sintió Dios y Mártir a un tiempo,
lo amó con entrañas
cargadas de fuego,
y en la santa visión empapado,
con divinos arrobos angélicos,
con magnéticos éxtasis líricos,
con sabrosos deliquios ascéticos,
con el ascua del fuego dramático,
con la fiebre de artísticos vértigos,
la memoria tornando a los hombres
ingratos y ciegos
débiles o locos,
ruines o perversos,
invocó a la Divina Belleza
donde beben bellezas los genios,
los justos, los santos,
los limpios, los buenos...
Y al conjuro bajaron los ángeles,
y a artista inspirado asistieron,
su paleta cargaron de sombras
y luces del cielo,
alzaron el trípode,
tendieron el lienzo,
y arrancándose plumas de raso
de las alas, pinceles le hicieron.
Y el mago del arte,
el sublime elegido, entreabiendo
los extáticos ojos cargados
de penumbras del místico ensueño,
tomó los pinceles,
somnámbulo, trémulo...
De rodillas cayeron los ángeles
y en el aire solemnes cayeron
todas las tristezas,
todos los silencios...
¡Y el genio del arte
se posó sobre el borde del lienzo!
Con fiebre en la frente,
con fuego en el pecho,
con miradas de Dios en los ojos
y en la mente arrebatos de genio
el artista empapaba de sombras
y de luces de sombras el lienzo...
No eran tintas con copias inertes,
eran vivos dolientes tormentos,
eran sangre caliente de Mártir,
eran huellas de crimen de réprobos,
eran voces justicia clamando,
y suspiros clemencia pidiendo...
¡Era el drama del mundo deicida
y el grito del cielo!...
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¡Y el sueño del hombre
quedó sobre el lienzo!
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¡Lo amaba, lo amaba!:
¡el amor es un ala del genio!
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